Carnaval

El Carnaval de San Cristobal
Los Carnavales del Carnaval
Dagoberto Tejeda Ortiz

Al producirse la eliminación física de Trujillo y darse una apertura democrática, comenzó a redefinirse la identidad del Sancristobalense a partir de sus raíces y de un contenido cultural clandestino de resistencia, en la cual la juventud ha jugado un papel determinante. San Cristóbal, joya por redescubrirse, posee uno de los patrimonios más ricos del país todavía por valorizarse en su justa dimensión nacional.

El Carnaval de la Esperanza
En ese contexto socio-cultural, de fuertes raíces españolas-afrodominicana, aflora el carnaval de San Cristóbal dentro de una dimensión espontánea. La agonía del régimen Trujillista, la muerte de El Jefe y el impacto de abril del 1965, conformarán momentos de crisis profundas en el carnaval de San Cristóbal.

” (por su parecido con un famoso jugador de béisbol de San Pedro de Macorís), testimoniaba y mantenía vivo el carnaval en las calles de la ciudad, mientras la élite se refugiaba enmascarada en los salones del “Casino”.

Desafiando todos los obstáculos, en febrero del 1980 los jóvenes del grupo teatral “La Rueda”, “Los Peregrinos» y los músico-vocales “La Higuera”, “Raíces Negras», organizaron el carnaval popular de San Cristóbal, a partir de una revalorización y una convocatoria donde se reconocía el derecho del pueblo a la alegría, su capacidad creadora protagónica en una dimensión democrática, pedagógica, de identidad y de libertad.

La base para recuperar el carnaval popular fueron los barrios; Jeringa, Villa Valdez, Zona Verde, Los Jorobaos, Pueblo Abajo, etcétera, y la habilidad de sus artesanos como lo fue el maestro Blanco Mañana. Se recurrió a la memoria social para recuperar las esencias del carnaval. De allí resurgieron las comparsas de Diablos Cojuelos, los Africanos, adornados de trajes multicolores. Los Indios, Los Galleros, Las 21 Divisiones, etcétera.

Aparecerán personajes como El Doctor, El Toro, “Pire”, el hombre de los zancos, “Puntilla”, el Califé de este carnaval, etcétera. En San Cristóbal, Los Roba la Gallina estarán representados por una simpática pareja de esposos, ella exuberante y él medio enclenque los cuales se comportan como esposos; la muerte, con sus vejigas, cascabeles y cintas, se camuflajeará como si fuera un diablo, a fin de gozar y asustar más a los niños.

El 27 de febrero, las comparsas recorren las calles de San Cristóbal y al llegar a la tarima del Parque Monumento Piedras Vivas, delante del pueblo y de un jurado, escenifican su tema del desfile diferenciándose con esto de los demás carnavales locales.

Sin duda, este carnaval tiene la mayor dimensión pedagógica del país, donde se encuentra el espacio más rico de su crítica político-social, con la capacidad más elaborada de fantasía, de magia y de imaginación. Es el carnaval como expresión cultural de la cotidianidad nacional e internacional.

A partir de la conciencia de su realidad de privaciones y de la necesidad de transformación, el pueblo de San Cristóbal, por encima de todo lucha por su alegría dentro de una dimensión de esperanza. La esencia de esta consigna la encamó “Walteryen» (Walter James), cuando en una entrevista expresó: “El día que yo me muera, quiero que todos los que se encuentren en el carnaval estén llenos de alegría, y que me entierren vestido de Roba la Gallina».
“Walteryen”, un cuerpo que descansó por una imprudencia, se situó en la eternidad para ser leyenda, símbolo mitológico, vivirá en las calles de San Cristóbal y en el corazón generoso de su pueblo.
Un negro cimarrón que nunca se rindió, “Walteryen” estará presente en cada Roba la Gallina, en cada Diablo Cojuelo, en cada Pepe, en cada Muerte del Carnaval de San Cristóbal.

Murió para vivir. Desapareció para estar presente y hacerse eterno.